Tino, el dinosaurio que no rugía
Hace mucho, muchísimo tiempo, cuando los volcanes aún echaban humo y los cielos se llenaban de pterodáctilos, vivía un pequeño dinosaurio llamado Tino.
Tino era un joven Anquilosaurio, con una armadura dura como una roca y una cola en forma de mazo que podía dar golpes muy fuertes. Pero a diferencia de otros dinosaurios de su edad, Tino tenía un pequeño problemita…
¡No sabía rugir!
—Vamos, Tino, intenta otra vez —le decía su amiga Luli, una joven Parasaurio que lo animaba cada día.
Tino abría su boca, inflaba el pecho, y…
—¡Miiiii!… —salía un chillido extraño, más parecido a un pajarito que a un temible dinosaurio.
Todos los demás rugían fuerte, hacían temblar el suelo, asustaban a los depredadores. Pero Tino solo lograba… un pequeño pitido.
—¿Y si nunca aprendo? —preguntaba Tino triste—. ¿Cómo voy a defenderme? ¿Cómo voy a impresionar a los demás?
Luli lo miraba con una sonrisa.
—Tino, no todos los rugidos vienen de la garganta. Algunos nacen del corazón.
Tino no lo entendía muy bien, pero sus palabras le hacían sentir mejor.
Un día, mientras jugaban cerca de la orilla del río, escucharon unos crujidos entre los árboles. Las ramas se agitaban. Algo —o alguien— se acercaba…
¡Era un joven Alosaurio! Un poco más grande que ellos, con cara de pocos amigos.
—¡Esa parte del río es mía ahora! ¡Fuera! —gruñó el Alosaurio.
Luli retrocedió asustada. Tino tragó saliva. Su cola temblaba. Su voz no salía.
Pero entonces… recordó las palabras de su amiga:
“Algunos rugidos nacen del corazón.”
Tino no rugió. Pero dio un paso al frente, se plantó firme, y miró al Alosaurio a los ojos.
—No te tenemos miedo. No queremos pelear, pero este río es de todos. No puedes echarnos.
El Alosaurio lo miró, confundido. No esperaba valor de un dinosaurio tan callado. Frunció el ceño… y tras un momento de silencio, dio media vuelta y se marchó refunfuñando.
Luli corrió hacia Tino y lo abrazó con la cola.
—¡Lo hiciste! ¡Te enfrentaste a él sin rugir!
—¿En serio? —dijo Tino sorprendido.
—¡Sí! Usaste tu valor. Y ese fue tu rugido más fuerte.
Desde ese día, Tino ya no se preocupó por su rugido. Descubrió que su fuerza no estaba en su garganta, sino en su corazón, su coraje y su bondad. Y con el tiempo… bueno, su rugido también llegó. Un poco chirriante al principio, pero muy suyo.
Y así, entre juegos, aventuras y amistades, Tino aprendió que ser valiente no siempre suena fuerte… a veces solo basta con mantenerse firme y ser uno mismo.
Fin.