Luli y la melodía del bosque
Hace millones de años, cuando los volcanes aún dormían y las estrellas brillaban sobre la selva prehistórica, vivía una joven Parasaurio llamada Luli.
Luli no era la más rápida, ni la más fuerte, ni la más grande del bosque…
Pero tenía algo muy especial: una cresta curva en su cabeza que le permitía hacer sonidos hermosos, como si cantara con el viento.
Cada mañana, Luli subía a la colina más alta y lanzaba su melodía al cielo:
—¡Wuuu-Waaa-Wiii!
Los demás dinosaurios se detenían a escucharla. Era un sonido dulce, alegre y suave, que hacía que hasta los más gruñones sonrieran.
Pero no todos lo veían así.
—¿Para qué sirve cantar? —decía Duko, un joven y rudo Pachycephalosaurio—. ¡Los sonidos solo sirven para asustar, no para jugar!
Luli bajaba la cabeza, un poco triste. A veces se preguntaba si de verdad su canto servía para algo.
Hasta que un día, algo cambió.
Una densa niebla cubrió todo el bosque. Nadie podía ver bien, y los más pequeños se perdieron entre los árboles.
—¡Mi hermanito! ¿Dónde está? ¡Se ha perdido! —gritaba Tini, una pequeña Protoceratops, con lágrimas en los ojos.
Los dinosaurios grandes corrían en todas direcciones, chocando entre sí sin encontrar nada.
Entonces, Luli tuvo una idea.
Subió a una gran roca, respiró hondo… y empezó a cantar. Su melodía surcó el aire como un faro invisible:
—¡Wuuu-Waaa-Wiii! ¡Wuuu-Waaa-Wiii!
uno, los dinosaurios comenzaron a acercarse al sonido. Los pequeños escuchaban la canción de Luli y seguían la música como si fueran mariposas siguiendo la luz.
—¡Ahí está mi hermano! —gritó Tini feliz, abrazándolo fuerte.
Cuando la niebla se disipó, todos estaban juntos otra vez.
—¡Luli nos salvó! —gritaron entre aplausos.
Hasta Duko, el gruñón, bajó la cabeza y dijo:
—Lo siento, Luli. Tu canto… fue lo más valiente que he escuchado.
Luli sonrió con los ojos brillando. Por primera vez, no dudó de su voz. Entendió que su canto no solo alegraba, también guiaba, reunía y protegía.
Desde entonces, Luli siguió cantando cada día. No para ser escuchada, sino porque sabía que cada voz, cuando se usa con el corazón, puede hacer cosas maravillosas.
Fin.