la gran amistad entre bronco y t-rex
Hace millones de años, cuando los dinosaurios reinaban la Tierra y las montañas cantaban con el viento, vivían dos pequeños dinosaurios muy diferentes… pero con un corazón igual de grande.
Bronto era un joven Braquiosaurio de cuello larguísimo que amaba comer hojas tiernas y mirar las nubes desde la pradera. T-Rex, en cambio, era un Tiranosaurio pequeñito (¡pero con patas muy veloces!) que vivía en una cueva cerca del bosque. Aunque parecía feroz, en realidad era un poco miedoso.
Una mañana soleada, mientras Bronto masticaba unas sabrosas hojas de helecho, oyó unos pasos rápidos y nerviosos.
—¡Bronto! ¡Ayuda! —gritó T-Rex, saliendo entre los arbustos con los ojos como platos—. ¡Hay algo enorme moviéndose entre los árboles! ¡Creo que es un mega-rugidosaurio!
Bronto dejó de comer y lo miró con curiosidad.
—Tranquilo, T-Rex. No hay mega-rugidosaurios por aquí. Solo viento… y tal vez una ardilla prehistórica —dijo riendo.
T-Rex suspiró y se dejó caer en la hierba.
—¿Puedo quedarme contigo un rato? Aquí se siente… seguro.
—¡Claro que sí! —dijo Bronto con una gran sonrisa—. Esta pradera es más divertida con amigos.
Desde aquel día, Bronto y T-Rex se volvieron inseparables. Jugaban a esconderse entre los árboles, hacían carreras (¡aunque Bronto siempre perdía por ser tan grande y lento!) y compartían hojas —aunque T-Rex a veces prefería insectos crujientes.
Al principio, Bronto tenía sus dudas.
—Mmm… ¿Y si un día tiene hambre de verdad y me mira como una empanada de dinosaurio? —pensaba mientras masticaba.
Pero T-Rex solo quería reír, correr y tener un amigo. Y eso, Bronto lo notó pronto.
Una tarde, mientras jugaban a saltar sobre piedras (Bronto no era muy bueno en eso), ocurrió algo inesperado. Bronto resbaló y cayó en un gran charco de barro.
¡Splash! ¡Hasta el cuello!
—¡Auxilio! ¡Me estoy hundiendo! —gritó, agitando sus patas.
T-Rex se quedó paralizado… solo por un segundo.
—¡Aguanta, Bronto! ¡Voy por ti! —gritó valientemente.
Sin pensarlo, T-Rex saltó al barro. Se hundía hasta las rodillas, pero no se detuvo. Tiró, empujó, resbaló… y con mucho esfuerzo logró sacar a su enorme amigo.
—¡Lo lograste, T-Rex! ¡Eres mi héroe! —dijo Bronto, todo embarrado pero feliz.
T-Rex se rió, cubierto de barro hasta la nariz.
—¡Y tú eres el dinosaurio más pesado que he empujado en mi vida!
Desde entonces, Bronto supo que lo más importante no es lo que uno parece por fuera, sino el valor y la bondad que uno lleva por dentro.
Y T-Rex aprendió que no hay miedo que no pueda enfrentarse… si tienes un amigo a tu lado.
Así fue como un Braquiosaurio gigante y un Tiranosaurio chiquitín vivieron mil aventuras juntos, en una historia de amistad que todavía se cuenta en los susurros del viento… allá donde vivieron los dinosaurios.
Fin.